martes, 1 de marzo de 2011

MEMORIAS DE VILLARTA






2.- LOS SONIDOS DE CAMPANAS EN VILLARTA
Guardo en un rincón de mi memoria, aquellos sonidos, que vivencia tras vivencia fueron colmatándose en ella. Sonidos que aún suenan en mi mente y puedo recuperarlos en esta nostalgia de un ayer que no está tan lejano. Son recuerdos que brotan de vez en cuando, sin querer; o muchas otras veces, queriendo.
Sonidos de mi infancia, como el del viejo reloj republicano de la plaza, del que sólo queda como testigo la enhiesta campana. Aquel reloj que costó 4.564 pesetas – de las de 1936-y 35 céntimos -cuando los céntimos tenían tanto “significado”. Reloj que se puso uno o dos meses antes- o durante, que mi memoria infantil no lo recuerda bien- de la cruenta e incivil guerra, que nunca debió pasar. Aquella esfera de cristal que tenía el reloj y que yo nunca pude ver. Sólo pude contemplarlo al desnudo. Según me contaron las personas ancianas, cuando yo era pequeño, hubo una “nube muy mala” con unos granizos del tamaño de un huevo que rompieron el cristal.
Cuántas veces oíamos tocar aquella solitaria campana, del edificio del ayuntamiento, marcando en su soliloquio las horas interminables en aquel olvidado pueblo de la geografía extremeña. Lo escuchábamos fuerte y ensordecedor, entre el alboroto y jolgorio, cuando estábamos correteando en la plaza. Pero también percibíamos su sonido más lejano desde las Erillas jugando al balón; e incluso mucho más lejos oíamos el eco de sus campanadas si el viento soplaba a favor. Pacientemente esperábamos que repitiese, pues el primer aviso nos hacía dudar. ¿Serán las cinco o serán las seis?En las madrugadas, aquel sonoro reloj, -¡Ay, granuja! -también interrumpía el goce de amores soñolientos. Al despuntar el sol, solemnemente rasgaba el silencio imperturbable, rompiendo los plácidos sueños de labriegos y pastores, que esperaban la repetida, para confirmar que era la hora de madrugar.
Recuerdos que nos trae aquel viejo reloj, del tio Domingo, metido en aquel “jorrunche”de la escuela de la plaza, arreglando y engrasando sus complicadas y pesadas piezas. ¡Qué miedo! ¡Enigmático agujero! Despertaba nuestras más oscuras pesadillas a lo desconocido.
Otro reloj, más moderno, monárquico, pero también democrático, ha tomado el relevo. Pero ya, no lo “siento” tanto. Será porque no dependo tanto de él. O tal vez porque con tanto automatismo, este reloj es menos humano.
Pero el tañer de otras campanas -hermanas, pero no gemelas- en la torre de la iglesia, eran las que llamaban los domingos religiosos a las misas de ocho, diez y doce . Tiempos en los que ir a misa era la moda – moda que nos inculcaron, que luego de nada sirvió. Uno, dos, tres toques ...¡Que no llegamos a misa! Pero también llamaban a difuntos con su pausado y triste din... dan...din...dan. Sonidos de dos campanas -unas veces juntas y otras alternando-que monaguillos subiendo escaleras arriba desde el coro, llegando exhaustos hasta la torre, tocaban melodías aprendidas de otros con más experiencia, que les enseñaban las partituras de la música que debían tocar. Estos eran los músicos de campanas que yo conocí. Sin embargo , si acudimos a la Historia, ésta nos dice que desde el siglo del Barroco-o quizás antes- hubo músico más docto: el sacristán. Una de sus funciones más importantes era la de interpretar con las campanas las llamadas que Párroco, Beneficiario y Capellán de Ánimas-que tantos representantes del clero había en Villarta- le encomendaban.
Campanas que eran el alma del pueblo, pues ante su llamada siempre expectantes estábamos: ¿Sabes quien se ha muerto?- La fulanita me ha dicho que el tío... Pero otras llamadas eran a arrebato: ¡Hay fuego!.¿Dónde es? Por allí se ve humo, será en...
Campanas que hoy ya no son iguales, son modernas como el reloj. O si no son modernas, al menos las manos que tiran de su cuerda. Ya no necesitan monaguillos que suban a la torre. La informática ha sustituido al elemento humano, a las tiernas manos que sacudían la cuerda que unía las lenguas de las campanas.
Aquellas campanas que nunca veía arreglar, pues creía, en mi inocente pensar, que siempre habían existido tal como estaban. Pero no. No eran eternas. Los textos antiguos dicen que en 1670 hubo que hacer “aderezos de una campana”. Y en 1680, las campanas no “entonaban bien”. Su sonido y timbre tintineaba y había que afinarlas. Por ello se mandaron “aderezar las lenguas de las campanas”. Otorrino-herrero que con el golpear de martillo sobre yunque de fragua, perfiló y alisó lenguas- badajo, para que desde la atalaya de la torre, volviesen a entonar su música celestial. Pero tanto tañer y entonar, a los cuatro años se volvieron a constipar y afónicas, un nuevo médico volvía a remendar sus lenguas. En ocasiones, tantas misas, tantos entierros, tantas bodas, tantos rosarios...tantos actos religiosos había a los que llamar en aquellos siglos XVII, XVIII,XIX y hasta en el XX que yo oí tocar, que las pobres campanas se rompían y quebraban. Por ello en 1724, el herrero-doctor Frankenstein hubo de fundir una y con su hierro, mas lo añadido, nueva campana nació, cual Ave Fénix, volvió a resurgir de sus cenizas.
La historia de estas campanas, siempre fue así. Y yo que las creí imperecederas y eternas, como la misericordia.

El S.S.S.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

PRECIOSO. Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Maravilloso, qué recuerdos.......
Jesús