MEMORIAS DE VILLARTA 6
PLAZOLETA DE LA VIÑUELA
Este entrañable
rincón , bajando por la plaza y saliendo del pueblo por el
camino hacia El Lagar, está organizado en un cruce de calles:
una que nace,otra que muere y aquella... que corre hacia abajo sin
parar...
Situado en el barrio de
Los Casarones o La Viñuela. Este topónimo le fue dado
porque esta zona era una gran viña, donde probablemente el
Conde de Belalcázar o Duque de Osuna, señor de
Villarta, era su dueño, junto a las bodegas donde transformar
y almacenar los sabrosos caldos de uva que aquí se producían.
Zona húmeda y
rica en agua, muchas de sus casas poseyeron pozos, hoy día
desaparecidos en aras del bienestar y “confort”.
Cuando el pueblo se
surtía sólo del agua del Chorro Viejo, se recurría
al agua de estos pozos, para satisfacer las necesidades de sus
moradores.
Este pequeño lugar
fue usado para los más variopintos fines y usos. Se usaba en
el invierno como “altar” donde sacrificar los guarros de
medio barrio. Allí sobre una mesa vieja de madera, varios
hombres “acorralaban” al animal. Uno de ellos armado con
un cuchillo de las más adecuada medida, daba un golpe certero
al animal. Brota a borbotones de sus entrañas, un líquido
rojo y caliente. Va cayendo sobre un bañuelo, en el que una
mujer remangada y paleta en ristre, mueve que te mueve la sangre
hasta marear, para que no cuaje el preciado líquido que ha de
acabar, en las deliciosas – para nuestro hambriento paladar-
morcillas para el puchero.
Este espacio nos vio
andar “a gatas” sobre el empedrado. Justo donde
terminaba la calzada de la tia Ascensión, teníamos
nuestro pate para la tala. Aquel juego infantil con el que
desarrollamos múltiples habilidades matemáticas. Fueron
nuestros “maestros” de esta aula al aire libre: amigos,
vecinos y hermanos mayores. Aprendizaje experiencial, con el que
adquirimos la destreza de contar; medir con la medida del palo de la
tala; calcular espacios formulando la hipótesis de si había
15, 20 o 30 hasta el pate.¡ Y también desarrollamos la
psicomotricidad! Con este juego, suplimos las didácticas
memorísticas y del “palo” que nos aplicaban en
aquella confesional escuela de la más rancia tradición.
En la primavera, lo
convertíamos en comedor. Las casas aun frías por el
paso del invierno, invitaban a salir a la calle a disfrutar de los
tibios rayos de sol. Una pequeña mesa o banquete de madera
sobre el que una ensalada de lechuga- de las de caldo – ,
habíamos de poner; y alrededor, sentados en aquellas viejas
sillas de juncos, cuchara en mano, dábamos cuenta de aquel
manjar, a manera de sorbitón va sorbitón viene. No
importaba el paso de un burro cargado de leña o con serón
; o vecinas y vecinos que voceando, atravesaban este amplio
salón–comedor con vistas, en que los animados diálogos
y conversaciones daban entretenimiento y calor.
También sirvió
de cuarto lavadero y de tendedero. Aún recuerdo a las vecinas
poniendo sus “lavanderos” de madera, acarreando cubos de
agua del viejo Chorro, y ¡dale a frotar! ...mientras ...dale a
la lengua sin parar. Sobre la pared, colgados de cuerdas de soga y
empleita, pantalones, camisas,camisetas...decorando aquella soleada
habitación..
Se llegó a tener
como cuarto de aperos de labranza, donde se colocaban sobre la pared,
arados y vertederas; y en corral donde descargar la leña, que
después había que a brazadas entrar.
Pero ¡Ay!, aquel
olor insoportable del vallejo negruzco, de orines y aguas
“fregaderas” de las tabernas, discurriendo mansamente,
apenas sin avanzar . Aquellos bichillos repugnantes, gorditos y con
rabillo, que destripábamos con la suela de nuestra alpargata.
Nunca supe como se denominaba este horrible animalillo ni en lugar
alguno los volví a encontrar.
Aquellos veranos de
cuatrolas en las siestas, donde nos dábamos cita uno o dos
corros de jovenzuelos, sentados sobre aquel suelo duro de empedrado
irregular, a la sombra de las pobres, pero frescas casas de piedra.
Cartas que recortábamos, por el deterioro que en sus días
de mejores tiempos, sufrieron sobre mesas de bar. Ahora se veían
degradadas a ser “tiradas” sobre el suelo, aunque aún
gozando del placer de ver disfrutar los corazones infantiles, con
juegos de estrategia y azar.
Los pies descalzos –
mitad por necesidad, mitad por costumbre y herencia de nuestros
antepasados-, correteaban calle arriba, calle abajo. Duros como
pezuñas de animal, aguantaban los cantos ardientes que al
andar, íbamos pisando como faquires que sobre cristales pasan
sin sentir los golpes del dolor.
En este rincón
jugamos a la pelota, a la comba, al “esconder”, a los
“partidos”, a “pildora”, a la una la mula, a
churro, teina,... al cinturón “perdio”- y al sin
perder: patio común, donde vecinos y amigos vivimos nuestra
ya lejana infancia.
E.S.S.S.