En mi otoño, en mis
años de descanso laboral sentado aquí en estos bancos de piedra frente al pilar
de El Chorro, en estos bancos forasteros, que nunca existieron, y que no
parecen ajenos ahora, que parece que se han adaptado bien al entorno, me brotan
los recuerdos, las vivencias y quizá los sentimientos. Rememoro las noches en
vela, haciendo espera para “la vez” de llenar los cantaros, cuando tu, fuente,
eras el único recurso para llevar agua a nuestras casas. Esta espera, nada
placentera, nada agradable, o sí, dependía de las compañías, del ambiente, de
la conversación y del humor con que estábamos, a veces conflictiva y a veces
violenta. Sacaba lo peor de alguno y algunas, por un rato más o menos. Se
rompían los cantaros y botijos a la menor de cambio, por una discusión. Pero
cuando todo discurría por buen cauce, era el foro más divertido y enriquecedor,
momento de complicidades, de compartir secretos, cotilleos y chascarrillos,
vamos el actual wassappeo, como dicen los gandules de ahora, que todas las
noches reviven esas mismas experiencias en su botellones.
Fuente que nos traes
las esencias de esta Sierra de la
Iglesia, esencia de la lluvia que filtras en sus peñas y
terrones, que tomas los sabores y aromas de jaras, olivos, higueras, pizarra,
para destilar un concentrado de vida y que has mantenido una fidelidad de
siglos con nosotros, y has permitido a tu alrededor tantos acontecimientos de
alegría con primeros besos en su oscuridad cómplice, conversaciones de amigos
respetuosamente, serenamente has sido tranquilizador de penas, desengaños…
También has visto como la condición humana se convierte en algo vergonzante,
cuando cerca de ti se ha maldecido, se ha amenazado o se ha asesinado a inocentes “camino de
Rusia”, como aquel pobre porquero, cuyo delito nadie sabe.
De todo esto que me
brota, frente a ti, me gustaría permitir que salieran solo esos momentos
imborrables de mi niñez jugando con tus aguas, a tapar el caño y soltar para
provocar que la pileta rebosase, los juegos en los agujeros de los cantaros
alrededor del pilar y la “pesca” de todo tipo de cosas, dentro de sus aguas.
Los agradables momentos cuando, después de nuestras “aventuras” por olivares,
huertos y cercas, calmabas mi sed. Y la
observación de la vida del pueblo a tu alrededor, siendo centro, vértice y foco
principal de la vida de casi todos los villarteños.
Ahora eres, como hoy,
mi lugar de peregrinación diaria, mi visita obligada cada día como la visita a
una madre en sus postreros años. Espero que no sean tus últimos años y que con
respeto de todas las generaciones de villarteños, nos acompañes por siempre y
tu presencia respetuosa y generosa sea valorada como lo es por mí.