Por José Luis Ramos Molina
Hace tiempo que no escribo. La dejadez me ha invadido y se ha posesionado de mí. Lo cómodo, lo rutinario...no deja espacio para el trabajo y el esfuerzo. Todo a base de hábito. El desánimo se cuelga del hombro como si de unas alforjas llenas de pesadas piedras – de los moldes- se tratase. Sin embargo, continúo con ganas de escribir. Lo que uno no sabe es para qué o por qué. Sólo está uno seguro que es como una droga que alimenta mis ganas de continuar escribiendo. Lo mismo que el leer. Esto sí que lo hago de forma y manera continuada y profusamente. A veces confluyen en mí hasta cuatro libros, como cuatro tareas, que puedo estar leyendo. Sí, esto es así. Pensaba que esto era algo anormal. Pero no. Un día escuchando la radio, en una entrevista, Cesar Antonio de Molina -escritor y antiguo ministro de cultura socialista- confesaba esto que me sucede a mí, el leer cuatro o cinco libros al mismo tiempo.
Siempre fui de leer los libros de uno en uno. Pero ya ves, con los años uno cambia en tantas cosas... aunque persiste la esencia. Pero leo varias historias a la vez quizá porque no leo con la voraz sed de quien desea llegar rápido al final, sino como el que lee pocas páginas, consumiendo trago a trago, despacio, saboreando el libro y la vida. Y no creas que las historias se interfieren, no. Cada una en su lugar. Como decía un característico personaje de Villarta, que debía tomarse varias pastillas al día, cada una de un color, como él las clasificaba. Se las tomaba todas juntas y decía: éstas van cada una a su sitio, una para el corazón, otra para el riñón, otra para los pies,...
Y es que esto de leer sí que es una auténtica drogodependencia. No puedo pasar un rato sin que puede engancharme a algún texto escrito sobre el que reposar -o excitar- mi mente.
Observo a mi alrededor y palpo que hay una hiper-oferta de información, donde aprender y entretener con lo escrito. Tanto tenemos a nuestro alcance que todo requiere nuestra atención para consumir información y deja poco espacio para la reflexión y la creación. Me entra el sopor con todo lo que se me oferta a través de internet, ebooks, bibliotecas virtuales, que nos ofrecen libros por doquier.
¡Cuan lejos de mis años de infancia en Villarta!¡Qué hambre de libros sin saciar! El Parvulito y la primera cartilla donde aprendí a leer: la m con la a, ma; mi mamá me mima; toma tomate. ¡Ay, el tomate!¡Cuántos disgustos y sofocos hasta que lo pasábamos! Era una zancadilla en nuestra carrera por aprender a leer.
Después llegó la Enciclopedia Álvarez, heredada de nuestros hermanos o hermana mayores.La que yo usé ya estaba en color, pues la anterior aún era en blanco y negro. Eso sí, estaba compartimentada por áreas: Lengua Española, Aritmética, Geometría, Geografía,Religión,...Aquellas viñetas morales que cada sábado por la tarde, antes de rezar el rosario -las tres clases en una, con Don Juan, rosario en ristre y pescozón al que se mueve- dibujábamos y copiábamos con buena letra y colorido, para deleite de los maestros del Régimen Nacional Católico -nosotros, rojos de la primera generación adoctrinados.
Después llegaron por primera vez -3º de Enseñanza Primaria- las Unidades Didácticas, con sus libros independientes – sólo un remedo de las ya existente en la 2ª República.
Los libros de lectura fueron escasos. Se creó una pequeña biblioteca en una de las clases – de Don Juan, claro- de la cual, poco a poco iban desapareciendo los libros, pues muchos no se devolvían. El recuerdo que guardo de aquellos libros no es todo lo agradable que desearía, pues no me resultaban atractivos: no eran bonitos. No sé como se dotó aquella biblioteca, pero especulo que se recopilaron de algún sitio que sobraban o donaciones de los que se leen poco. Recuerdo haber leído pocos libros de ella. Uno sí lo recuerdo en especial: una adaptación de El Quijote para niños. Mi primer contacto con este libro, el cual, después he leído varias veces y continúo en contacto con él.
Pero donde verdaderamente leíamos con avidez era de los “tebeos” que nos pasábamos – en realidad me prestaban, pues tener yo , tenía poca cosa. Los había de todo tipo, que se manoseaban por todo el pueblo y póngase el nombre que deseen, llámese El Capitán Trueno, acompañado de Crispín y Goliát;
El Jabato -muy semejante al anterior-; Zipi y Zape; Mortadelo y Filemón o el belicoso Roberto Alcázar y Pedrín. Éste particularmente no era de mi gusto, pero sé del predicamento y atractivo que tenía entre otros mayores que yo.
Otros documentos escritos a los que también sucumbimos eran las novelas del oeste -entonces de moda junto a las películas y series de la TV- de Marcial Lafuente Estefanía. Leí algunas, pero no tantas. ¡Cuántos duelos y disparos suenan todavía en los oídos de nuestra generación! Cabalgadas -espoleándonos la cadera-, comisarios, sheriff, correrías de reses vacunas, establos, saloon,... imitábamos después en nuestro juego simbólico, con pistolas de palo, madera, o plástico, donde los indios – con una cuerda alrededor de la frente y algunas plumas de gallina- atacaban el fuerte y la diligencia.
Entre el género femenino, pasaban de mano en mano las fotonovelas de Corín Tellado. Aquellos amores dolorosos e inocentes, con chicas engañadas por desaprensivos jóvenes, que las amaban pero luego querían a otra....¡Bua,bua! Cuanto sufrían las jóvenes lectoras con aquellas historias que tanto deseaban imitar o imitaban en sus sueños reales. Confieso que alguna que cayó en mis manos la leí. ¡Es que tan sedientos de documentos impresos andábamos , que leíamos lo que se terciase! Estas lecturas tenían su correspondencia en las radionovelas, a las tres, las cuatro, las cinco de la tarde, donde en algunas casas
con radio se juntaban a coser y escucharlas.
Continuando con los libros y su escasez, he de contar que en una ocasión cayó en mis manos “Un capitán de quince años” de Julio Verne. Una novela de aventuras y de barcos. La leía con gran entusiasmo e ilusión pero cuando llegué al final...faltaban las últimas páginas y me quedé sin el final, con la miel en los labios.
Pero si hay un libro en el que “mamé” mi gran pasión, La Historia, es uno que heredé de mi abuela, de Historia de España que finaliza en el año 1898 con la pérdida de las últimas colonias, Cuba y Filipinas. No me he desprendido de él y lo guardo como una reliquia, la cual a veces la contemplo y degusto sus páginas, su olor impregnado de la lumbre, leído a luz de un candil bajo la chimenea, goteando los chorizos y morcillas: quizás lo que saboreo son los recuerdos cálidos de mi infancia, ya lejana.
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3 comentarios:
...Y el Catón también era muy bonito... (que antigüedad,jajaja..).
Como me trae recuerdos el rubio bien peinado del ALVAREZ.
QUE TIEMPOS,
Jose Luis, muchas gracias por obsequiarnos con este relato, es un placer leerte, y me siento muy identificado con esos recuerdos tuyos, que son parecidos a los míos, no dejes de escribir y sigue deleitándonos aunque sea de vez en cuando.
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