Hay montes de elevada magnitud (como éste) en el cual sus abruptas y onduladas cumbres, acusan la existencia de leyendas de misterio, vislumbrándose a través del maravilloso panorama que presenta, paisaje de belleza dinámica y serena.
A pesar de ser según antigua y remota leyenda, de formación constitucional antiquísima, no obstante su brillo y poder, es imperecedero. El poder corrosivo del tiempo, no ha dejado la más leve huella de su paso.
Aparenta juventud cuando ha traspasado los linderos de la ancianidad, y a través de su larga existencia, aún conserva el poder dominador y arrogante, su fantasía campea sin grandes vicisitudes.
El magnífico y soberbio castillo que se asentó en su elevadísima cumbre, mantuvo y dio origen a la fantástica leyenda que da nombre actualmente a la emperadora por excelencia, de este rincón extremeño: denominándola unos “La Sierra Encantada”, y asignándola otros el de “Sierra del Castillo”, nombres ambos con que se conoce a esta Sirena terrestre.
Las numerosas y populares leyendas que de ella existen, han sido la causa influyente, del respeto temeroso que inspira a los habitantes que la circundan.
Hacia el siglo VIII, época en la cual floreció fastuosamente la sierra misteriosa, merced al gigante y esplendoroso castillo que constituyó la morada del Walí de los campos extremeños, nadie osó escalar su cumbre si no llevase su pie ceñido con la sandalia del rito musulmán.
En el interior del castillo, la instalación de una nueva mezquita de origen pagano, a juzgar por el becerro de oro que presidía su recinto, constituía lo más sagrado e inviolable del ineluctable monte.
Junto a dicho becerro, existía un extenso y amplio manantial transparente y cristalino, el cual, durante el mes llamado de Ramadán, se elevaba hasta cubrir totalmente el Dios árabe (becerro) siendo de total y firme creencia, que durante dicho mes, recogía de manos de Mahoma, mandatario del gran Alá, las gracias y mercedes que había de derramar sobre sus adoradores y fervientes hijos.
El walí que osara violentar o profanar su recinto durante el mes antes dicho, las Sirenas de la honda y horrible fuente, transportarían sus restos al perenne e insondable abismo.
Según narración tradicional, es de raigambre popular que, a pesar de tan severa prohibición, tres walíes déspotas y tiranos, Yahya-Abendihya, Abenabderrabihi y Abulgualid fueron sepultados bajo el profundo y escarpado abismo.
Sus cuerpos se hundieron violentamente, y recogidas sus almas por el astrólogo maldito fueron a reposar junto al fondo del averno.
Desde entonces las preces que imploraban del becerro el perdón de los walíes fueron abundantes y numerosísimas.
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Las victorias constantes y continuadas de los cristianos, sobre el orgulloso dominador musulmán se acentuaban de manera rápida y sorprendente.
En ínfima cantidad de tiempo eran dueños absolutos de todo el panorama que constituye la actual región extremeña.
El castillo árabe permanecía triste y solitario, cerrado completamente la entrada de ningún ser humano; nadie se atrevió a violentar su entrada, bajo ningún pretexto ni excusa confirmada.
Cuando comenzaron a constituirse los pequeñísimos reinos a raíz de la Reconquista, esta esplendorosa región, constituyó uno de los más florecientes y prósperos.
El primer gobernador que dirigió sus cortos pasos, siempre se rigió por recto y justo sendero. A pesar de habitar muy cercano al castillo (que desde entonces empezó a surgir la idea de que se hallaba encantado, siendo inapreciable y de acendrado valor la riqueza que atesoraba) respetando la tradición de los walíes nunca osó penetrar en su recinto y menos profanar o vilipendiar la mezquita.
Durante el tiempo que duró el temor, la región prosperó a pasos agigantados, ejerciendo influencia decisiva, incluso en los reinos vecinos de dominación cristiana.
El orgulloso y terrible gobernante que le sucedió, hombre vil de carácter duro y empedernido, hundió para siempre la región del castillo, y estacionó por completo los agigantados paso de la Reconquista.
Violentando la costumbre de sus antepasados, penetró en la mezquita, con sólo el fin de satisfacer su ambición de riqueza; pero no obstante, su apetito quedó frustrado pues a su paso se desplomó por completo el castillo que juntamente con el becerro y las riquezas existentes se hundieron en el insondable abismo.
Tan solo se percibió levemente y a lo lejos tres nubecillas blanquecinas, que se elevaron hacia lo alto.
Las almas de los walíes africanos, merced a las numerosas y constantes plegarias, se habían salvado. Ocupando su recinto el pérfido gobernador.
NOTA DEL TRANSCRIPTOR
Buscando y rebuscando en ese profundo, y sin fondo, baúl de recuerdos – o de la Historia- en el que yo siempre me adentro, encontré no hace mucho un cuento árabe sobre La Sierra del Castillo. Sí, esa sierra sobre la que yo he escrito alguna vez. La alegría en mí fue grande; no tanto por la calidad del relato, sino por haberse escrito hace ya casi 80 años, concretamente en 1935, y a mayor valor, por una mujer villarteña. Fue el tiempo en que la mujer en España consiguió las mayores cotas de libertad y de liberación –tiempo de República.
He sido un mero y fiel transcriptor del texto amarillento que cayó entre mis manos, perdido en el túnel del tiempo. No he añadido ni un punto ni una coma. Mi mérito se restringe a sacarlo a la luz. Yo no voy a juzgarlo ni valorarlo. Pero es meritorio que alguien en el pasado haya soñado con esta Sierra del Castillo, tan próxima y tan nuestra, encuadrándola en la época con la que yo soñé y sueño.
ESSS