domingo, 1 de noviembre de 2020

 

 Ir a la canción: Sargento de hierro, de Morgan.

Fui con mi madre al cementerio, aunque no es lo habitual, tocaba. La tarde cerraba cumpliendo la tarea. Eso era: Tarea, y recordar la cara del Abuelo, de la tía Constanza.

(Y eso que el cementerio ponía de su parte, transmitía ese clima destartalado y dejado. De árboles secos, abandono y flores artificiales.)

 

Me acerco a ver a mi tío Ovidio, y los vecinos que nos dejaron estos últimos años. Me causó impresión. Mucho desasosiego y un peso en el estómago.

Vecinos con los que apenas hablé o crucé un saludo, muchos. Aquellos que llenaban las casas de mi calle (Pedro el churrero, La Enriqueta, Juanma, etc); aquellos que llenan mis recuerdos de una u otra forma (prefiero no mencionarlos, son muchos y cada uno duele a su manera.), me vuelven frases y diálogos completos, con una viveza absoluta. Vuelvo a estar encima de mi tío con algodón de azúcar por la calle mayor (se supone que apenas recordamos nada antes de los 6 años), y me siento amputado del pasado.

Recuerdos tibios. Que guardan algo de calor. Quien tenga chimenea sabrá de esa sensación que dejan las ascuas cuando ya no queda fuego, pero su calidez se percibe.

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