domingo, 8 de septiembre de 2019

Torneo de Ajedrez


Deporte raro este donde la Dama es más poderosa que un Rey torpe y cansado. Donde la estructura de peones condiciona el campo de juegos, y cualquier peón puede llegar –a línea 8- a ser quien él desee (en la vida real naces peón y luchas para que te dejen ser peón). Sobretodo raro porque no puedes esconderte detrás de nada; con lo que tú eres responsable de tus decisiones (nada que ver con la vida real, repito ).
 
También me repito en lo de que hago el torneo por los niños. De los adultos tan sólo estábamos 3 (que bochorno),  por suerte los niños siguen llenando las mesas. Muchos de ellos no saben jugar –literalmente algunos no conocen las reglas- pero da igual, tampoco tienen pánico al error en público (son superiores a los adultos). Por lo que pueden juntarse y jugar con otros chicos, que ese es el fin de estos torneos. Y quiero pensar que se divierten.
Como cada año, hay quien no entiende que estos juegos son para acercar vecinos. Y que el juego debe estar muy por encima de la victoria; mal extendido de esta sociedad necesitar que otros te digan que eres bueno, sin importar como.
Y es en este escenario donde surge nuestro héroe. Donde los niños dan lecciones de ética a los mayores. Pues Mario surgió -en silencio- por encima del bullicio para mostrar al mundo que el valor es enfrentarse al mundo mejorando la posición que actual, con las piezas que tengas. Sus piezas (tiene suerte) es su inteligencia –social y emocional, aparte de la académica- y los valores de sus padres. Total ahí na, pero muchos sólo ven un niño.
Lección para el mismo, sin estruendo ni recompensa, pues yo me enteré de casualidad. Yo vi como se ofrecía a “enseñar” a otro niño mucho más pequeño, y como se dejó ganar  (él ya había ganado, a 16 chicos) para que el pequeño saliese contento y con más ganas de trebejos. Eso es lo que yo vi. Horas después recibí dos informes en apariencia contradictorios: Padres diciendo que no era justo que sus niños perdiesen  (no han entendido nada) con un niño que sabe jugar o/y es más grande*. Y los padres de Mario –en la mesa, tras compartir algunos zumos de kiwi- me contaban que había tenido a varios padres reclamándole acciones, o el mero hecho de girar el tablero “cuadro blanco a la derecha” –tampoco conocían las normas- intentando imponer la ¿autoridad? de un adulto a un niño y meterle presión.  “¿Por qué no se lo has dicho a Juan carlos?”   “Porque bastante tenía él ya”. Es decir frente a padres llorones que solo buscan que el suyo gane, de cualquier forma. Él optó por demostrar que ni aun así podrían con él. Y surgió a mis ojos un campeón, no por casualidad sino por esencia. Hay niños maduros, y luego estamos los mayores.
Obviamente son casos puntuales. Otros padres son la leche, apoyan a sus niños. Les preocupa que sus hijos sean felices y creen nuevas amistades (sin fijarse en el resultado, que en 15 minutos estará olvidado) a través del juego. Y de los adultos, decir que cada año descubro gente maravillosa. Alberto ganó este año –repitiendo-, pero hace dos años fue Jose. Y los que estamos por allí de contino no estamos nada mal. Juego raro este donde “se gana o se aprende.”

En Damas, como suele ser recurrente, Javi dominó en los adultos. En niños, ganó Alba, y quiero pensar que tenemos campeona que al año que viene repetirá. Y que disfrutará jugando con sus padres, según me dijo.

*Soy consciente que los valores sociales son los del instante. Un mal producto bien envasado y que brille mucho. Que los demás vean que gané; que los demás me digan lo que valgo, a través de mediciones absurdas, sin valor ni recorrido. Es el sino de nuestra época. Pero aunque soy consciente de ello, no puedo evitar que me joda que los mismos padres que no ven justo que un niño de 12 juegue con los de 8 (en el ajedrez no importa el físico, si pesa más que tus padres jueguen contigo de vez en cuando); vean una gran victoria jugar en Las erillas tíos de 30 con chavales de 12; se podría hacer equipos aleatorios mezclando edades…   pero ya nadie lee a Kipling.

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