¿CÓMO NO HE VUELTO A SENTIR ESTOS SENTIMIENTOS?
Quizás los haya sentido; o tal vez se vean reforzados por la fuerza de los genes de pastor y cabrero. Porque como a los cantaores flamencos, me sale del alma el mundo trashumante de borras y cabras.
Voy andando por lo que fue antiguo Camino Real de Villarta, que a veces coincidió con la Cañada Real, aunque por momentos se separaban, cada “uno por su lado”. Me paro a contemplar los juncos en el Puente de los Tres Ojos y los tapices de hierbecilla que cubren los charcos; las finas y amarillentas hierbas secas que inundan estos pobres terrenos que un día fueron cultivados por labradores pegados a su tierra.
Pero aún puedo oír el balido de las borras y borregos, careadas por el ladrido de los perros: los roces del pasto a mi paso, que aún pervive en estos campos baldíos.
El viejo Camino Real serpentea, subiendo el valle entre peñas que están a flor de piel. La vieja Dehesa Boyal, reminiscencia del dominio de la Ciudad de Toledo sobre estas tierras allá por la Edad Media, se queda a su lado. Me paro a hablar con Gerardo, pastor de siempre, de toda la vida, cabalgando sobre su burro blanco y sobre sus más de ochenta años; luchando todavía con estos morros y su ganado. Aún oigo las viejas palabras ganaderas que salen de su labios, sonando a música ancestral, entre los montes; poco a poco las iremos dejando de oír, ….silenciándose; aunque permanecerán sus ecos entre estos valles, como perduran las de tantos y tantos pastores.
Paso por el camino de la dehesa, observando al otro lado, el puente caído de La Ventilla, que yo contemplé en pie un día, y bajo él, en las tardes de primavera de paseos de campo escolares, vi a alumnos mayores que yo coger pececillos. Aún se perciben los restos del conato de carretera que durante la República se trató de llevar -y se llevó- hasta el Puente Viejo.
Ahora es un atajo de cabras lo que me voy a encontrar; lo vislumbro a lo lejos; otro de ovejas que bajan a beber y sestear en la orilla de Guadiana, para no perder la costumbre. Ya veo todo el Guadiana con sus aguas apresadas, sosegado - remanso de tranquilidad-; su corriente y fuerza va por dentro, por debajo, en su corazón ¡Inmensa planicie azulada que inunda el horizonte entre viejas montañas hercinianas!
Ondas y filigranas se dibujan en sus aguas por peces que saltan y juegan y poco a poco se van diluyendo: golpes secos que retumban en este silencio sólo roto por los cencerros, el piar de los pajarillos, el zumbar de las moscas y voces de pastores y cabreros relatando. Al fondo, el santuario mariano de la Virgen de la Antigua, hace guardia perenne encima de una morra.
La Dehesa: inmenso encinar “infestado” de monte bajo- tomillos, jaras,...-acogen todavía los atajos de cabras y ovejas, que para ellas, cada año, sus amos arriendan los pastos. Líneas múltiples entre las jaras, surcan su superficie, trazadas por el trasiego de estos animales. Olores de las jaras y tomillos, endulzan la atmósfera impregnada de olor a cieno del pantano, envuelto con aroma de borras y cabras.
Pero...echo de menos...algo que me falta...el Viejo Puente medieval, sumido en un letargo provisional, que no sabemos cuánto tiempo durará. Ahí, debajo del agua, puedo adivinar su sombra; conteniendo la respiración para no ahogarse, juega y juega con nosotros al juego de aparecer y desaparecer, como el río que lo cubre: el viejo Guadiana, romano y árabe, guerrero medieval, que siempre avanza aunque lo apresen y represen en cárceles de cemento y hormigón.
Puente Viejo: espero verte siempre enhiesto, cada vez que despiertes de tus sueños intermitentes.
José Luis Ramos Molina