domingo, 1 de marzo de 2015

HISTORIA DEL FUTBOL EN VILLARTA. 2


Por José Luis Ramos Molina
 En aquellos primeros partidos en que Villarta se enfrentaba a sus vecinos, el equipo que ganaba- que casi siempre era el de casa- obtenía premio en metálico -o en calderilla-, para tomar unos cubatas. Esto fue así hasta que un año, el ayuntamiento -que era quien ponía los premios-decidió comprar una pequeña copa -que por entonces semejaba que era la copa del mundo, para los jugadores, por el empeño y esfuerzo que se ponía en ello. El contrincante, fue Helechosa. Allí lucharon como jabatos. El partido había concluido con empate. Se fue a la prórroga, terminando en empate también. Los penaltis debían decidir el ganador; pero las tandas de la pena máxima tampoco logró el objetivo. En vista de que no acababa, el Sol se marchó dejando sin luz a los contrincantes. La Luna había aparecido en el horizonte, pero su espejo era incapaz de ofrecer la luz necesaria para que aquel evento pudiera finalizar. Se optó por la salida más rápida para que concluyera el partido: la suerte de la moneda. El capitán de Villarta pide cara; el de Helechosa, cruz. Allá el árbitro -que desde luego era local, pues no había dinero para contratar a uno internacional e imparcial- lanza a Franco por el aire. Apenas se veía; solo el resplandor tenue de nuestro satélite. El revuelo era enorme; las cabezas asomadas al suelo no dejaban ver si Paco había caído hacia arriba, pues cayó entre la tierra polvorienta de las Eras de la Mesa. Alguien gritó a viva voz:¡cara! Nadie más, creo, lo vio, ni pudo certificar que así hubiese sido. Aún hoy, sus protagonistas no afirman ni pueden desmentir ninguna de las dos opciones. Pero Juanma, defensa de Villarta, ante ese grito, cogió la copa y salió corriendo con ella; tras él corrimos una multitud de muchachos, con la alegría desbordada por aquel memorable triunfo, por ser el primer trofeo que se ponía en juego en las Fiestas del pueblo.
La copa ganada en buena lid, fue ofrecida, claro, al día siguiente a la Virgen de la Antigua, que para eso es nuestra patrona, y en aquel tiempo éramos fervientes católicos. Allí en la ermita, en su trono, delante de ella se colocó y cada vez que íbamos al santuario, podíamos contemplar, a través del cristal, aquella primera copa durante muchos años; eso sí, un poco abollada por la batalla que ésta tuvo que librar la noche de la victoria, al pasar de mano en mano de los jugadores y no jugadores, llena de ponche, en los distintos bares y terrazas de las Fiestas, en que algún descuido supuso caer o pisarla,...y allí quedó para siempre la huella de la juerga, sin posibilidad de restaurarse. Claro que, aunque a nosotros y a jugadores les pareciese un gran trofeo, se demostró posteriormente que el material del que estaba hecha era muy pobre y de poco valor. Pero lo importante era su simbología, en un tiempo en que otra cosa no se disponía en Villarta, pero sí rebosaba ilusión; quizá porque las carencias eran tantas y tantas, que cualquier cosa nos parecía los mas maravilloso del mundo.
Algunos años después -no muchos- ya fuimos creciendo, a la vez que nuestra afición por el deporte rey fue subiendo enteros – en símil bursátil. Empezamos a ir a jugar con los más grandes a Las Eras de Mesa, cuando se preparaban para el gran acontecimiento de las Fiestas cada 15 de agosto. Sorteaban los mayores y después nos sorteaban a los más pequeños. Como entonces teníamos mucha correa, nos mandaban los mayores de nuestro equipo a estorbar y arrinconar entre todos los pequeños al que llevaba el balón del equipo contrario. Así, en esa lucha se fue desarrollando nuestro talento futbolístico.
Quiero relatar algunas anécdotas sucedidas en este lugar. Una acaeció a pocos días de celebrarse el partido del día 15, un verano en que llevábamos los palos que iban a hacer las veces de postes. Los agujeros quedaban hechos de un año para otro, tapándose con unos cuantos cantos, de manera que al año siguiente con sacarlos y limpiar el agujero, se metía la viga de madera, se fijaba al suelo con unas piedras en los lados bien apretadas y así quedaban perfectamente colocadas. Ya sólo quedaba atar una soga de un palo a otro, siendo ésta el larguero. Pues una de estas veces que debíamos desatascar el agujero lleno de piedras, comenzamos a escarbar con otra piedra e ir sacando las que había dentro. Pero claro, siempre quedaban más pequeñas y como el agujero era pequeño mandaban a los más chicos meter la mano y limpiarlo. A mi hermano le tocó. Pero al intentar sacar la tierra dijo:
– ¡Ay!, me he pinchado con algo.
Claro, lo siguiente fue mandar a otro pequeño -era forastero, hijo de uno de los trabajadores que estaban haciendo el puente- a sacar la tierra. Al introducir la mano, éste exclamó:
– ¡Ay!¡Ay!, algo me ha picado.
Al momento apareció un “arraclán”, con su aguijón amenazante todavía.
Otra anécdota que recuerdo, sucedía también en este lugar, pero en la primavera. En partidillos también entre nosotros, antes, durante y después de ellos, nos dedicábamos a coger “perigallos”. Estos son unas hierbecillas de 3 o 4 centímetros, poco más o menos, que salen donde hay mucha peña y poca tierra. En la parte que se ve echa dos o tres frutos alargados. Pero lo que se come, es el bulbo que hace de raíz. Por ello, nosotros escarbábamos con una pizarra de punta y con cuidado, para no partirlo, lo sacábamos. Tiene unas capas duras y marrones como las cebollas, y luego aparece blanquito, que es lo que se come. No tiene un sabor muy atractivo, parecido a cuando pelas un tronco de col. Pero en aquellos años, comíamos todo lo que fuera comestible del campo. Y es que estaba muy reciente la época del final de la Guerra Civil y los años en que nuestros padres pasaron hambre e “investigaron” sobre todo lo que era comestible en la Naturaleza.
En otra ocasión, Antonio Jiménez, nos enseñó que había por allí una pequeña planta -y sigue habiéndola-, como unos pequeños tomillos, de unos 6 o 7 centímetros, que olía y sabía a anís. Desde luego era un gran atractivo para nosotros, y allí que nos dispusimos por la parte de abajo del campo del fútbol a buscar la de planta de, donde parecía, se extraía este licor. Y nosotros a chupar ramillas de aquella misteriosa planta.
CONTINUARÁ

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso le ocurrio a mi amigo Julian
el cartero,Igual que lo contais.
Preguntarle,
( salvo que sea la misma circunstancia) Pero como no os conozco, igual hablamos de lo mismo.Y lo sé por que yo estaba agarrado al palo.

Anónimo dijo...

y esa primera copa, ¿se la quedó alguien en concreto, se reutilizó? se la perdio la pista imagino. Historia de nuestro pueblo, para tener un museo y esponerla.

Anónimo dijo...

Por favor, que siga el relato, me encanta la historia y casi por igual, la redaccion.