jueves, 24 de septiembre de 2020

Volvió el colegio, y volvió la escuela. Las escuelas en nuestro caso. 

 Hablar con amigos que tienen miedo de que sus pequeños tengan (obligación) que ir al cole, y un día después oir risas y vocecillas que empiezan a ir a la escuela. Te deja un poco el alma turbia. Ves como se arrojan criaturas inocentes a centros aglomerados, ya no por los niños -que va- sino para que los padres queden "libres" para seguir produciendo. La angustia de amigos, el pensar que haría yo si la naturaleza no fuera tan sabia y me hubiera dado hijos. 

Miedo al fín y al cabo.

Frente a ello, la vida. Esos niños que tienen ilusión por ser mayores e ir al cole. Y esas risas y esas voces, que se imponen a la incertidumbre. Tal vez ellos sean más listos que nosotros (como adultos, digo. Como seres son infinitamente mejores.) 

 

Este año hay 7 niños. Algunos los que empiezan desde pequeño, y otros mayorcillos que han cambiado de localidad. Se metió fibra en el pueblo en entes oficiales y creo que en Las escuelas también en previsión de problemas con el instituto y el Covid; pero no puedo confirmarlo por el momento.  En todo caso, Herrera sigue como estaba y no parece que a corto plazo haya problemas con los chicos que vayan al instituto. 

¿Serviría para si los que empiezan la universidad tuvieran que dar las clases on-line? Al menos el edificio está y se podría habilitar para varios usos. Pero sólo es elucubración mía.

*como extramuros, para mí Las escuelas tienen otro olor. Me saben a adolescencia y fútbol. A esos primeros años donde podías salir de casa solo; "me voy con ***" y ya valía. Por ello, me duele bastante ver como una canasta trata de ocultar El rinconcillo del cojo. Ese pequeño agujero negro de nuestra cosmología particular. Ese lugar donde aprendías a proteger el balón aunque tu integridad física corriese serio peligro. Ese jugar de espaldas o quitartelo de encima rápido. Ese frontón donde centrar de forma indirecta (esa mierda de lineas que delimitan el campo siempre me pareció un atraso). En fín, duele ver como se olvidan los símbolos de nuestro pasado más feliz. 

(Claro que dolián más los tobillos cuando entrabas allí).

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