miércoles, 21 de abril de 2021

 Harto de sopas donde hay más agua que sustancia en netflix, y de que la televisión me abandonara por otro hace años. Busco entre las grietas lugares donde asirme, por no dejarme caer del todo. 

En estas, me puse a ver -por tercera vez- El ministerio del tiempo (pinchando sobre la imagen os enlaza al primer capítulo de la primera temporada). Está disponible en la web de Rtve, por lo que es gratis, y salvo antes del capítulo no hay anuncios.

Si tampoco os acaban de gustar las insulseces de las distintas plataformas, echarle un vistazo. Es de lo mejor que conozco en los últimos años. El peso está en las personalidades de los personajes, sus reflexiones y dcisiones tomadas. El ministerio del tiempo es una excusa para dar contexto, pero no deja de tener gracia traer a un soldado del siglo XV al presente, o que estos visiten al Cid, a los últimos de Filipinas; o ver como cambian ciertos roles sociales (sin ser historiadores, que es entretenimiento).

Esto viene, porque en un capítulo uno de los figurantes le cuenta a un protagonista, que él cuando está triste se va a nosequéaño, al Calderón. ¿Un partidazo?, pregunta el prota. "solía ir con mi padre a ver los partidos, ese fue el último que estuvimos juntos. Allí estaban todos mis amigos. Allí era feliz"

{Se supone que los protas vienen de grandes momentos de la historia, con grandes personajes; pero la gracia está en que la grandeza es ficción. Y son las realidades tangibles de cada uno las que nos estremecen. Las que merecen la pena.}

Joder. Ahí sonries tu sólo (para evitar que la puta lagrima salte, para demostrarle al ordenador que aún empatizas y te alegras por un personaje ficticio). 

Luego el tiempo pasa -acaso 17 milisegundos, puede que fueran 20- y te planteas ¿A que momento concreto iría yo?

 Si claro, podría ir a jugar partidillos en Las escuelas con 14/17 años. Pero dejaría fuera un puente de aquellos de Los quintos, con sus hogueras en El santo, con los colegas entrando a casa y dejándome sin cena -los muy *****nes- y teniendo que buscar chorizillos, latas o tasajo que tener para acompañar al vino o limoná que se nos venían encima (no pierdas tiempo en ducharte o cambiarte, como vamos vamos bien* para un par de cacharros en Ca´Alonso o la plaza).

¿Y renuncio a las misevillas? A aquellas donde había barra y en ella te juntabas a hablar con quien no hablabas en años. Que pasabas de estar en un mogollón -con tu cerveza y tus tapas, of course- a verte con un colega contando intimidades ¿Alguien sabe como he llegado aquí? Y poco despues estabas camino de la plaza ¿Ya es de noche? jugando a intentar mantener  el coche dentro del camino.

También tendría que haber una puerta para ir a aquellas fiestas de los 90. Con su peña La talanquera; su billar en Ca´chaqueta -por aquel entonces al Pub y las mesas de los olivos entraban los grandes, se me quedaba lejos- y tirarte media noche rotando ladiscoteca interior de El andaluz (maquinitas de marcianos cuando eramos chavales; lanzadores de cuchillos, striptis, fiestas de la espuma; y si salías a lo que ahora es la discoteca era para respirar algo que no tuviese tabaco), Alonso -más reposado a ratos, o rumba y cachondeo sin paliativos-; tenías que encontrar rato para tumbarte en la carretera con los amigos. No era fácil no. Ser feliz requería mucho tiempo.

¿Y las navidades que duraban una semana en el pueblo (sin padres)? Con sus tardes de consola, amigos y lumbre. Curiosamente alguien solía no cumplir años en esos días, y tocaba celebrar un no-cumpleaños claro. Estaría feo no hacerno. Qué clase de amigos seríamos. 

Pero claro, entonces...

¿A qué momento iríais vosotros?

 ¿Cambiaríais vuestra propia historia?

 

 

*No, ni de broma ibamos bien.


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